Los cuatrocientos años del uso astronómico del telescopio por Galileo y los ciento cincuenta de la publicación de El Origen de las especies por parte de Darwin, representan dos efemérides relevantes no sólo para la historia de la ciencia, sino también, para los distintos ámbitos del conocimiento humano. Esta doble conmemoración es ahora algo más que un pretexto para contribuir a la evolución del diálogo entre ciencia, filosofía y teología.
El diálogo entre las ciencias empíricas, la filosofía y la teología es un quehacer en evolución y, no tristemente, una especie en extinción. En este diálogo interdisciplinario, estamos involucrados todos cuantos conformamos la generación del siglo XXI, de forma que no podemos eludir, ni postergar el compromiso de acrecentar nuestros conocimientos en el área propia de estudio. Y ello, con una actitud crítica, siempre abierta a la búsqueda de una verdad a la que es posible aproximarse desde diversas perspectivas. Sólo así, nuestro saber tendrá futuro y tendrá también futuro la especie pensante, lo mismo que el entorno al que a ella se debe.
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